Juan Suárez, sargento del ejército español, vive traumatizado por la trágica muerte de su mujer y su hija en accidente de tráfico. Desde aquel accidente, sufrido seis años antes, Juan desarrolla un trastorno obsesivo compulsivo con el deporte que le hace aislarse casi por completo de la sociedad. Un día como otro cualquiera, nada más llegar al cuartel donde presta servicio, dos hombres le entregan una carta firmada por el coronel y le piden que les acompañe. El sargento accede sin oponer resistencia para acabar siendo trasladado a un extraño lugar. Allí se encuentra con una organización secreta que lleva influyendo en todas las sociedades desde el origen del ser humano y cuyas intenciones no están del todo claras. Mientras tanto, durante su ausencia, se suceden numerosos conflictos en el cuartel, el cual está habitado por unos militares para nada recomendables…
Una tarde lluviosa de abril de 1994, el destartalado Ford Escort no daba para más. Su color completamente descolorido no hacía más que demostrar el pésimo estado general del vehículo. La lluvia caía cada vez con más fuerza y el viaje por las sinuosas carreteras conquenses se hacía cada vez más difícil.
Juan Suárez, sargento del ejército español, conducía mientras su mujer y su hija, sus dos pequeñas, como él las llamaba, dormían plácidamente. La lluvia entorpecía notablemente la conducción, y si se unía al lamentable mantenimiento de la carretera y al pésimo estado general del vehículo, todo formaba un conjunto de circunstancias muy peligroso. Miraba por el espejo retrovisor la preciosa cara de su hija Isabel de tan solo cinco años. Su mujer, dormida en el asiento del acompañante, ignoraba por completo las difíciles maniobras que realizaba su marido. Cuando el sargento giró la cabeza para ver bien el estado de Isabel, notó un golpe seco en los bajos de su maltrecho vehículo. Volvió rápidamente su vista al frente cuando se percató de que había invadido el carril contrario de la carretera. De repente, como dos ojos del diablo, vio acercarse a una velocidad endemoniada los enormes faros de un camión…
«¡¡BIP, BIP, BIP, BIP, BIP, BIP, BIP!!».
Como todas las mañanas, volvía a sonar el maldito despertador, la pesadilla de cada noche se repetía de nuevo, el recuerdo de aquella maldita tarde de abril, la tarde en que perdió todo lo que más quería.
Eran las cinco de la madrugada y, como cada mañana, Juan comenzaba un nuevo día solo, igual que los últimos seis años. Corría el año 2000 y aún no había superado la trágica muerte en accidente de tráfico de sus dos pequeñas. Desde entonces, sumido en una gran depresión, desarrolló un trastorno obsesivo compulsivo con el deporte. Su adicción al ejercicio se había convertido en su único modo de vida. Gracias a ello podía continuar con su vida. Con el deporte pagaba sus obsesiones, frustraciones y su desdichada sensación de culpa por lo que sucedió aquel desgraciado mes de abril.
Después de tomar su ya clásico zumo de limón se daba una ducha de agua fría; era lo único que le ponía a tono antes de ir al cuartel, donde salía, como cada mañana, a correr con los chavales de la batería. Esos chavales eran militares de reemplazo con poca disciplina y menor sentido de la responsabilidad, que, por aquel entonces, deseaban licenciarse cuanto antes para continuar con sus miserables vidas.
Como cada mañana, Juan acudía al cuartel militar y, tras identificación previa, accedía al interior por una enorme puerta de madera maciza. Una vez dentro, se podía apreciar el inmenso patio central rodeado de paredes blancas con unos preciosos arcos situados a ambos lados. Por la parte derecha, como venía siendo costumbre, cruzaba como un relámpago hasta el camino perpendicular, el cual le llevaba directamente a su batería. Ese día algo era diferente: la mirada del sargento de guardia fue peculiar. Los ojos de su compañero se posaron sobre él de una manera penetrante, como si hubiera algo fuera de lo normal, algo que no le hubieran contado. Cruzó a lo largo del camino hacia su destino mientras seguía sintiendo esa extraña sensación. Sentía que todas las miradas se posaban en él y, mientras pasaba por la puerta de la cantina, notó como alguien le tocaba el brazo derecho. Se giró bruscamente y vio cómo un hombre invadía su espacio corporal. Aquel hombre era más alto que él y mucho más corpulento, mediría un metro noventa y no pesaría menos de cien kilos. Su cara, como si de un gorila se tratara, presentaba unos ojos descaradamente hundidos adornados por unas espesas cejas. Unos metros más atrás, otro hombre de características similares miraba atento la situación mientras portaba un extraño objeto en la mano izquierda. El objeto era similar a un teléfono móvil, pero no tenía ni botones ni pantalla. Era algo más pequeño que la palma de la mano con los dedos extendidos y era completamente acristalado. Los dos hombres vestían el mismo traje de color grisáceo con una extraña inscripción en el bolsillo izquierdo de la chaqueta. El símbolo consistía en un conjunto de puntos colocados de forma piramidal y una espiral de estrellas en el medio de la pirámide. La atípica forma de la pirámide, la cual estaba invertida, no hacía más que dar un mayor misterio al singular símbolo.
Juan se disponía a pedir explicaciones al sujeto más próximo a él, cuando, de repente, le oyó decir en un acento extraño:
—Acompáñenos, por favor. Tenemos que hablar con usted inmediatamente.
Juan frunció el ceño y miró fijamente al corpulento hombre mientras dijo:
—¿Qué está pasando? ¿A qué viene todo esto? Tengo que estar formando en el patio en unos minutos y no puedo ausentarme. Deme una explicación.
A lo que el hombre corpulento contestó de manera impasible:
—No se preocupe por nada, ya nos hemos encargado de todo.
El sargento vio cómo alargaba el brazo y le ofrecía un pequeño papel con unas breves líneas. Leyó atentamente el contenido del misterioso papel. Estaba firmado por el coronel y tenía el escudo de las Fuerzas Armadas en el lado superior izquierdo.
Nacido en Madrid (1981), Raúl Sánchez Leal ha sentido siempre una fuerte atracción por el mundo del misterio y los fenómenos paranormales. A nivel literario, enfoca toda su obra en los géneros fantástico y terror con pequeñas pinceladas de suspense. En 2017 escribe su primera novela, El punto cero, primera entrega de la saga «Proyecto Valenciennes», en la que pretende romper definitivamente la barrera existente entre ciencia y pseudociencia, así como alterar ciertos sucesos acontecidos en tiempos remotos.
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